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Fue en París, en
1961, donde le volvieron las voces de ese Tucumán que creía haberse sacado de
encima. Entonces, Elvira Orpheé ya parecía tener bien claras dos decisiones
estéticas que darían solidez y originalidad a su novela: desestimar la obsesión
por los hechos para narrar, y agravar la poesía natural que tiene la gente de
pueblo, haciendo que los personajes digan mucho más de lo que dicen, y que sus
paisajes dejen de ser reales para ser metafísicos.
Quizás sea ese
deseo de poesía, como una necesidad de librar a la vida y a la memoria de la
tiranía del lenguaje cotidiano, el que la impulsa a narrar no desde la
coyuntura o la peripecia, sino a través de los monólogos de tres personajes
Félix Gauna, Atala Pons y Mimaya.
Félix, un
adolescente que detesta la humildad de su padre, la sumisión de su madre y
hermana, ha sido expulsado del colegio por una injusticia, y ahora sólo le
queda aferrarse a su rencor para resistir, apropiarse de lo monstruoso para
derribar la banalidad, aunque la monstruosidad, en ese pueblo donde el olor de
los naranjos ha calado tan hondo que ha impartido una esencia en cada uno, sólo
parezca pertenecerle a Atalita Pons. Ella es el otro personaje que entrega sus
palabras como si entregara su cuerpo, corrompidas, obscenas. Atala define su
libertad a costa de su propia carnalidad. “La gente rodea a Atala y no sabe por
qué. Le buscan la belleza y les parece que no la encuentran. Después olvidan
qué buscaban. Demasiado pronto se envician con lo que no descifran. Ya es
difícil alejarse. Sólo sienten que ella atrae y que repele”. Dice Mimaya, su
abuela, la tercera voz de la historia.
Atala y Félix se
conocen desde chicos, cuando vivían juntos en el ingenio. Desde entonces no han
vuelto a hablar de las “porquerías que hacían en el excusado”. Esa experiencia
los haría permanecer unidos por el rencor, el rechazo y la necesidad mutua de
salir triunfante frente al otro. Atala lo necesita para matarlo, lo golpeará
hasta que le bese las manos, y su primera venganza será humillarlo en un
burdel. Él también necesita vengarse de ella, será la vara con que mida la
concreción de su deseo: ser el peor de los hombres. Ya no puede ser el mejor,
“esa tristeza, dueña de los otros, impuesta”, y la injusticia no se lo
permiten; entonces se convertirá en Félix Gauna, el asesino. Sin embargo, al
terminar la novela sentimos cómo el muchacho fracasa y queda sumido en la
opacidad. Es que Félix ha incurrido en el error de quienes embarcan su rebeldía
“sin lirismo”, no ha buscado lo absoluto, como dice Orphée de Atala, sino lo
magnífico, lo reivindicable. El mal es la fuerza creadora a lo largo de la
novela, como una esencia, como la única realidad posible, por eso no se trata
de actos malos, sino de corrupciones y ferocidades que inventan un mundo
insólito donde habitar de espaldas a la lógica de lo esperable en una ciudad
donde cada noche “los balcones se llenan de ojos”.
En Aire tan
dulce la crueldad de los adolescentes se combina con una ingenuidad
conmovedora; Félix hubiera deseado tener un chicle para hablarle más de cerca a
Atala, Atala lamenta no haber podido llevar vestidos con volados en su infancia
a causa de su enfermedad; del mismo modo, la transgresión de Mimaya, capaz de
lanzar su perro contra el propio hijo para que lo destroce por haber hablado
mal de la nieta protegida, se sucede con sabiduría y sinceras reflexiones: “Me
casé dos veces. Sin amor las dos veces. La primera no supe por qué me casaba,
la otra sí, lo supe. Necesitaba un amigo, alguien con quien conversar para saber
si hay cosas que todos viven de manera parecida o si cada uno está murado en su
propia vida”.
El libro no
brilla por la voluptuosidad de una frase de vanidoso lirismo, sino que a lo
largo de las doscientas páginas, un lenguaje cotidiano, que se eleva por el sin
sentido común, convierte a la ferocidad, a la obscenidad, al desparpajo, en
poesía. No hay motivos para justificar que este libro escapa al folklorismo, al
costumbrismo. Las voces de los personajes corren por otros ríos, cortan amarras
hacia lo nuevo, y allí es donde debería empezar a mirar la crítica, a lo nuevo,
a lo desconcertante, más que a las necesarias categorías de referencia como
único criterio de comparación.
Verónica S. Luna
ph Valentina Rebasa
Hola, amigos ¿qué pasó con el fallo del concurso de cuento breve?
ResponderEliminarYa están publicados los ganadores. Gracias!
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