jueves, 28 de junio de 2012

Encantados naranjos

ph Página /12

Fue en París, en 1961, donde le volvieron las voces de ese Tucumán que creía haberse sacado de encima. Entonces, Elvira Orpheé ya parecía tener bien claras dos decisiones estéticas que darían solidez y originalidad a su novela: desestimar la obsesión por los hechos para narrar, y agravar la poesía natural que tiene la gente de pueblo, haciendo que los personajes digan mucho más de lo que dicen, y que sus paisajes dejen de ser reales para ser metafísicos.
Quizás sea ese deseo de poesía, como una necesidad de librar a la vida y a la memoria de la tiranía del lenguaje cotidiano, el que la impulsa a narrar no desde la coyuntura o la peripecia, sino a través de los monólogos de tres personajes Félix Gauna, Atala Pons y Mimaya.

Félix, un adolescente que detesta la humildad de su padre, la sumisión de su madre y hermana, ha sido expulsado del colegio por una injusticia, y ahora sólo le queda aferrarse a su rencor para resistir, apropiarse de lo monstruoso para derribar la banalidad, aunque la monstruosidad, en ese pueblo donde el olor de los naranjos ha calado tan hondo que ha impartido una esencia en cada uno, sólo parezca pertenecerle a Atalita Pons. Ella es el otro personaje que entrega sus palabras como si entregara su cuerpo, corrompidas, obscenas. Atala define su libertad a costa de su propia carnalidad. “La gente rodea a Atala y no sabe por qué. Le buscan la belleza y les parece que no la encuentran. Después olvidan qué buscaban. Demasiado pronto se envician con lo que no descifran. Ya es difícil alejarse. Sólo sienten que ella atrae y que repele”. Dice Mimaya, su abuela, la tercera voz de la historia.
Atala y Félix se conocen desde chicos, cuando vivían juntos en el ingenio. Desde entonces no han vuelto a hablar de las “porquerías que hacían en el excusado”. Esa experiencia los haría permanecer unidos por el rencor, el rechazo y la necesidad mutua de salir triunfante frente al otro. Atala lo necesita para matarlo, lo golpeará hasta que le bese las manos, y su primera venganza será humillarlo en un burdel. Él también necesita vengarse de ella, será la vara con que mida la concreción de su deseo: ser el peor de los hombres. Ya no puede ser el mejor, “esa tristeza, dueña de los otros, impuesta”, y la injusticia no se lo permiten; entonces se convertirá en Félix Gauna, el asesino. Sin embargo, al terminar la novela sentimos cómo el muchacho fracasa y queda sumido en la opacidad. Es que Félix ha incurrido en el error de quienes embarcan su rebeldía “sin lirismo”, no ha buscado lo absoluto, como dice Orphée de Atala, sino lo magnífico, lo reivindicable. El mal es la fuerza creadora a lo largo de la novela, como una esencia, como la única realidad posible, por eso no se trata de actos malos, sino de corrupciones y ferocidades que inventan un mundo insólito donde habitar de espaldas a la lógica de lo esperable en una ciudad donde cada noche “los balcones se llenan de ojos”.
En Aire tan dulce la crueldad de los adolescentes se combina con una ingenuidad conmovedora; Félix hubiera deseado tener un chicle para hablarle más de cerca a Atala, Atala lamenta no haber podido llevar vestidos con volados en su infancia a causa de su enfermedad; del mismo modo, la transgresión de Mimaya, capaz de lanzar su perro contra el propio hijo para que lo destroce por haber hablado mal de la nieta protegida, se sucede con sabiduría y sinceras reflexiones: “Me casé dos veces. Sin amor las dos veces. La primera no supe por qué me casaba, la otra sí, lo supe. Necesitaba un amigo, alguien con quien conversar para saber si hay cosas que todos viven de manera parecida o si cada uno está murado en su propia vida”.
El libro no brilla por la voluptuosidad de una frase de vanidoso lirismo, sino que a lo largo de las doscientas páginas, un lenguaje cotidiano, que se eleva por el sin sentido común, convierte a la ferocidad, a la obscenidad, al desparpajo, en poesía. No hay motivos para justificar que este libro escapa al folklorismo, al costumbrismo. Las voces de los personajes corren por otros ríos, cortan amarras hacia lo nuevo, y allí es donde debería empezar a mirar la crítica, a lo nuevo, a lo desconcertante, más que a las necesarias categorías de referencia como único criterio de comparación.

Verónica S. Luna
ph Valentina Rebasa 


2 comentarios:

  1. Hola, amigos ¿qué pasó con el fallo del concurso de cuento breve?

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