viernes, 26 de noviembre de 2010

BLOW UP (deseo de una mañana de verano)

Por Lilian Marcos



El film inglés, inspirado en la obra "Las babas del diablo", del escritor argentino Julio Cortázar, fue ganador del Festival de Cannes en 1967. Producida por Carlo Ponti.
Entre los ‘50 y los ‘60 se produce una crisis del cine clásico y asoma un cine moderno diferente, revolucionario, de ruptura con lo preestablecido en ese momento.
En “La ventana indiscreta” (Alfred Hitchcock, 1954) y “Blow Up” (Michelangelo Antonioni, 1966), con doce años de diferencia en el tiempo, un fotógrafo descubre que se ha cometido un asesinato.
Ni los medios ni los fines, del cineasta inglés primero y del italiano luego, son similares. Tampoco el de los fotógrafos. En lo que coinciden ambos es en la búsqueda de un cine distinto.
El existencialismo de la época queda reflejado en lo errante y móvil de los protagonistas, que no parecen tener un lugar de destino. En un mundo dominado por las apariencias y las imágenes se esconde un secreto indecible.
En “Las babas del diablo” el personaje se reconoce a sí mismo como alguien que sabe mirar, y “todo mirar rezuma falsedad, porque es lo que nos arroja más afuera de nosotros mismos, sin la menor garantía. (…) De todas maneras, si de antemano se prevé la probable falsedad, mirar se vuelve posible; basta quizá elegir bien entre el mirar y lo mirado, desnudar a las cosas de tanta ropa ajena”. Cortázar
desarrolló su relato en París. Antonioni lo traslada al Londres del “Pop” que se adapta mejor a la nueva mentalidad que será el entorno del personaje.
Impregnado por el swinging de los jóvenes artistas, publicistas y músicos, da un valor importantísimo al cielo gris-neutro londinense en contraste con su tratamiento meticuloso del color. Esto le resulta de gran ayuda para exponer la mascarada de sus personajes y los ubica en los suburbios que se transforman en escenario ideal para revelar la superficialidad y la farsa de lo cotidiano
En ese sentido, Antonioni declara que la mayor dificultad con la que se ha encontrado fue con la de representar la violencia de la realidad. “Los colores embellecidos y edulcorados son a menudo los que parecen más duros y agresivos.
En 'Blow up', el erotismo ocupa un lugar de máxima importancia, pero, a menudo, se pone el acento en una sensualidad fría, calculada. Los rasgos de exhibicionismo y de voyerismo están especialmente subrayados: la joven mujer del parque se desnuda y ofrece su cuerpo al fotógrafo a cambio de los negativos que tanto desea recuperar".
Lo que el ojo no pudo ver a simple vista, queda capturado por una cámara fotográfica. Un asesinato puede ser aclarado con tan sólo ampliar y ampliar… Cortázar nos dice, "Entre las muchas maneras de combatir la nada, una de las mejores es sacar fotografías, actividad que debería enseñarse tempranamente a los niños pues exige disciplina, educación estética, buen ojo y dedos seguros. No se trata de estar acechando la mentira como cualquier reportero, y atrapar la estúpida silueta del personaje que sale del número 10 de Downing Street".


Guión: Tonino Guerra & Michelangelo Antonioni
Música: Herbert Hancock (AKA Herbie Hancock)
Fotografía: Carlo Di Palma
Reparto: David Hemmings (fotógrafo),Vanessa Redgrave, Sarah Miles, Jane Birkin, Verushka
Año: 1966
Origen: Gran Bretaña

jueves, 25 de noviembre de 2010

Editorial I




Hubo un tren que comenzó a contar la historia de un tiempo que no llegó. Un sueño que se sostenía con la fuerza de vagones veloces. El expreso imaginario invitaba a un viaje sobre los rieles de su época, pero también a contrapelo de ella. Eran tiempos bulliciosos, disputados por la resistencia y la lucha; donde pese a la represión imperaba el deseo de subvertir el orden de cosas, de hacer implosión en el sistema desde él, y no sobre él.

Y para sorpresa de muchos y deseo de otros tantos, fue el rock el género musical que comenzó a trabajar bajo esas sensaciones, el que se comenzó a mover como gestante de pequeñas revoluciones. Pero pronto dejaría de ser sólo eso para ser la conjunción de ideas y proyectos que caracterizaron lo que se llamó la contracultura. Era un rock que se basaba en el pacifismo, en una prédica extensiva desde el asesinato de personas, que estaba ocurriendo por esos años, hacia los efectos devastadores del mundo industrial y el deterioro del medio ambiente.

Se trató de un concepto cultural, como trama de temas y discursos singulares, opuesto a la diversión sin compromiso estético y a la evasión sin conciencia. Un concepto que implicaba la conjunción de diversos mundos, donde se fundían bajo el mismo proyecto, el ritmo de las guitarras, la cadencia de los poetas y el vuelo de los pintores. Entonces, decir rock era pensar en Spinetta dedicando uno de sus mejores discos a un poeta, dramaturgo, y diseñando sus propias tapas.

Aquel tren, quizás tragado por el propio mundo interior que intentó construir, fue desviando sus rieles hasta esfumarse; en democracia, su manifiesto resultó no sólo inocuo sino anodino. Y como todas las consigna de sueños que quedan inconclusos, o se reinventan, o se gastan de nostalgia, débiles de color. “No voy en tren” se para sobre las estaciones que aún persisten, y como si capturara parte de antiguas imágenes en fotografías con protagonistas de hoy, se apropia de una porción de aquella época. De ese espíritu fresco que pensó en las manifestaciones artísticas como coágulo y estallido de la inquietud social. El festival, propuesto al interior de la Provincia de Buenos Aires, se direcciona en dos sentidos: retomar, por dos días, el aura de ese viaje cargado de energía, volver a confiar en el rock como concepto cultural e integrador, y luego, al mismo tiempo, desvanecida aquella fotografía, asumir que ya nos hemos bajado del tren. Pero las vías y las estaciones están allí para rehacerse, con la misma fuerza, sobre otro motor.

El público de los buenos recitales conforma un sujeto colectivo de espíritu crítico. Sobre esa base, hoy algo dispersa y cuestionable, podemos reformular aquellos cimientos contraculturales y alternativos, hacer rodar viejas ideas que fueron cristalizadas con los años y vapuleadas por la desilusión de la posmodernidad. Así, con la fuerza del ruedo y la espereza del camino, se cargan de nuevo sentido las astillas y fisuras de ese cristal entonces roto. Un cuerpo nuevo, pero con la misma esencia.

Estructura mental a las estrellas, no trata de flotar en la superficie. Ni siquiera se esfuerza por nadar. Quiere zambullirse y llegar al fondo. Casarse con una sirena. Que la presencia de la música y la literatura nos empuje de forma implacable a abandonar la pasión por la idiotez; porque las referencias culturales con las que hemos crecido nos han dejado el cerebro tiznado de hollín.