martes, 19 de junio de 2012

Sarampión mamá, esto es contagioso!


Kevin Johansen comenzó su carrera solista grabando en Nueva York, en el sello de Hilly Krystol, dueño del emblemático CBGB, donde naciera décadas atrás la banda Ramones. Sin embargo, tuvo que esperar varios años para alcanzar la popularidad en Argentina, que llegó de la mano de un fenómeno televisivo.  De allí en adelante, la curiosidad de un nuevo público aumentó considerablemente el número de butacas en sus conciertos, y, paulatinamente, fue obligando a los críticos a abandonar el término “de culto” para referirse a su cancionero, que él no duda en considerar popular. Artista algo inclasificable, sus discos sorprenden por el eclecticismo, el bilingüismo y la sutileza de sus canciones. En una entrevista a fondo desmenuza la historia de varios de sus temas, el modo de utilizar la ironía y el humor para contar historias, su relación con la industria musical, lo pasado, lo prohibido, y la posición política que han elegido tomar varios personajes artísticos en la Argentina de hoy.
           
ph. Francisca Gortari


 “Anduve por el norte, anduve por el sur, como autogeografía en un eterno tour
vi que no es solamente cuestión de latitud…”
(Kevin Johansen, Road movie).

Tiempo antes de desembarcar por segunda vez en Buenos Aires con un fresco cancionero solista bajo el brazo, Kevin Johansen había emprendido un viaje al norte de casi todo. Inmerso en un derrotero sonoro itinerante, con su guitarra, un demo muy casero y nada  por perder, anduvo por bares neoyorkinos, dando vida a un sueño americano que iba traduciéndose en cuentos, anécdotas, vivencias musicales.



KJ: A los veinte y pico tenía la idea de viajar y empezar a producir cosas. Inconcientemente tenía la sensación de que necesitaba un cambio. Terminé la secundaria y le dije a mi vieja que quería ser cancionista, que eso era lo mío y que no iba a empezar la facultad. Al tiempo entablé relación con una bailarina, me puse muy de novio, y decidimos irnos a Estados Unidos, donde ella quería estudiar. A mí me gustaba la idea de reconectarme con la Norteamérica de mi infancia, así que junté el material que había grabado caseramente en porta estudios, cosas en inglés y en castellano, y con ese demo me fui a probar.
            Me acuerdo que un amigo baterista me dijo “tenés que ir a CBGB, y a tal otro lugar”, ese fue todo el contacto que tenía. Pero fue algo mágico. Ahí empecé, aprobaron mi demo y me invitaron a tocar un martes a la noche, un martes de lluvia, con tres amigos que me hicieron el aguante. Sabía vagamente que CBGB era un lugar con historia. Me iba enterando de los Ramones, de Blondie, de Talking Heads, pero esa época de gloria para el bar de algún modo había pasado, si bien todavía estaba  muy presente. Toqué las canciones y justo estaba el dueño, Hilly Kristol, un tipo panza de cerveza, barba, un oso muy alto. Se me acercó, me dijo que le gustaba mucho lo que hacía, que le cuente un poco mi historia, y así fue. Me dijo, de un modo muy desinteresado “esta es tu casa, podes tocar acá, tenemos para grabar también”.
           
            La primera vez que anunciaste tu vocación te nombraste cancionista. ¿Por qué esa decisión tan temprana de pensarte dentro de la canción y no de un género como el rock, o el blues…?

            Sabía que lo mío tenía que ver con hacer canciones, no importaba el género, no importaba el rubro. Influyó, seguramente, lo que escuchaba en casa desde chiquito, mi vieja siempre gustó de la canción, del folclore, ya sea el americano del norte y también el folclore nuestro. Era de la generación del boom del folclore argentino de los años 60. Se fue muy jovencita a Estados Unidos y llevó un poco esa raíz folclórica del momento, en casa siempre había unas boleadoras colgando, el mate, un bombo legüero y la guitarra. Imaginate, en Alaska, todo ese bagaje de argentinidad, con un marido gringo, el viejo Johansen, y yo que nací después, rubiecito, medio escandinavo. Hay una foto mía, muy graciosa, en la que estoy con el poncho puesto y las boleadoras de fondo.
            Lo primero que escuché fue a Tita Merelo con la orquesta de Canaro, a Mercedes, a Violeta Parra, a Atahualpa. Era una vieja muy bolivariana, una progresista en la época, de la generación que rompió con un montón de cosas del conservadurismo reinante. Por eso también digo que si uno tuvo una madre o un padre rebelde, si te rebelás contra ellos sos conservador en un punto. Es difícil rebelarse contra un padre rebelde que luchó contra tantas cosas. Por eso uno tiene que encontrar otras formas de romper con el legado de sus padres. Pero eso vino después.

            Antes de irte habías formado una banda, Instrucción Cívica, que había editado dos discos en los ochenta. Tomando las palabras que usaste para referirte al rock de los noventa en otra oportunidad, ¿cómo crees que se ubican esos discos en la tensión entre “lo políticamente correcto” y ser una señal de los tiempos?

            Era un momento tan raro que no se sabía qué podía ser correcto o incorrecto. Puede tomarse como correcto ponerle de título “Obediencia Debida” a un disco en el ‘85, hasta psicobolche, poco moderno. La gente se estaba liberando de todo el peso de los años de dictadura, y había algo de “relájate y goza”, un momento de mucho desapego de la política. También se podría decir que fue políticamente incorrecto, o hasta un desacierto comercial en algún punto, poner un nombre tan político y ambiguo. Pero a mí me gusta saber que mi primer disco se llama Obediencia Debida.
            Hay algo de la esencia de Instrucción Cívica en mi forma de escribir, en la fórmula con Julián Benjamín que era mi compañero de la primaria. Los dos teníamos como una data paralela parecida, el obviamente mucho más argentino, con un apego al rock nacional muy fuerte. Íbamos al mismo colegio con los Calamaro, vivimos la primera etapa de Andrés en los Abuelos de la nada, y fuimos tomando muchas cosas del rock, pero a la vez éramos bichos raros, hacíamos hincapié en ser muy originales, nunca copiábamos, y creo que de esa esencia de Instrucción Cívica hubo algo después en The Nada. El desparpajo estilístico, eso “desgenerado” que siempre nombro; era una banda un poco desgenerada en una época en la que había que ser claro, en los años 80 o era pop, o era rock, o era ska, o reggea y nosotros éramos como cualquier cosa. Y quizá “pagamos el precio” de no adaptarnos a un producto ochentoso. Y bueno, con los años cambió. En los ’90, cuando hice la experiencia solista, siempre recuerdo que era difícil de clasificar y todavía estaba esa cosa de que era “demasiado alternativo”. Y creo que cuando volví en el 2000, lo que era raro ya no lo era tanto, lo que era alternativo ya había demostrado que podía ser comercial.
            La industria musical, como toda industria, clona los éxitos. Te inventa diez Ricky Martin, diez Manu Chao. Por las alcantarillas empezamos a entrar los que siempre habíamos sido considerados alternativos, como que la gente se saturó de todo ese clonaje y dijo “acá hay un Café Tacuba, un Drexler, un Kevin, que tienen cosas que están buenas, diferentes”.
            Creo que ese camino lo deambulé. Ahora, en retrospectiva, lo veo mucho más claro pero creo que lo hice siempre componiendo, como a caballo, tratando de encontrar un público y una respuesta al material que se iba juntando. 

***

  

You know I got a pop heart, what´s else can I say?
I love a simple tune / that anyone can play
See this little girl, She´s 7 years old. You listen to her sing / And you listen to her soul.
(Kevin Johansen, Everything is falling into place)

¿Sabés que tengo un corazón pop? / ¿Qué más puedo decir?
Amo una melodía simple / que cualquiera pueda tocar
¿Ves esta niña?/ Tiene 7 años / la escuchas cantar / y le escuchas el alma.


            Muchas de las canciones de Johansen nos hablan de estereotipos sociales, el bohemio, el vago, el travesti, la fashion, la rolinga, la intelectual, la hija de; sin embargo, a través de la resignificación de las palabras más usadas logra, con humor, captar la originalidad en lo obvio: “estás tan in, que no encontrás la salida”, “seguía una banda de stones, que se llamaban los roliclones”, “si le decía vamos al cine rica, me decía veamos una de Kusturica, si le decía vamos a oler las flores, me hablaba de Virgina Wolf y sus amores, me hizo mucho mal esa cumbiera intelectual” .
            Su vocación de cancionista lo impulsa a contar una historia en cada tema y encontrar el acompañamiento que mejor le quede. Entonces, esa mezcla de cumbia, rock, funk, milonga, reggea y candombe, que le ha autoimpuesto el título de desgenerado, no es un simple mosaico de demostraciones rítmicas, sino que se encuentra integrada en el género canción, el humor y el pensamiento.

            KJ: Hay fórmulas para hacer hits muy livianos, muy fáciles. La cosa efectista. Uno lo ve en todos los ámbitos, lo ve en las artes plásticas, en el cine, en la música. Sirve para un momento y en dos meses nos olvidamos todos. El efectismo está bien, pero después hay que superarlo. Lo más difícil, y el sueño de los cancionistas de verdad, es lograr una música que perdure en el tiempo y un estado de ánimo y un sentimiento que te pueda pegar ahora y en veinte años.
            Lógico, necesitás tener algo que la gente le preste atención, que de cien personas, veinte sigan escuchando, y esas veinte quizás se engancharon y profundizaron, escucharon la letra o les tocó una fibra. Y ahí esta la cuestión, pasar del efectismo y lograr una conexión con la gente toda, y no de modo elitista, porque yo no me considero un músico alternativo, indie o independiente. Cuando lo fui sí, ahora estoy con Sony hace unos años, y me río de mí mismo.
            El tema de la libertad artística es mi punto débil y fuerte a la vez,  lo único que no negocio es la libertad artística, después no tengo problemas en que me elijan el corte de difusión de un disco. Bowie nunca eligió el corte de difusión de ninguno de sus discos.
           
            Ahora ya tenés un público que te sigue desde hace mucho. Pero ¿crees que en un principio, esa variedad genérica con la que vos incursionás fue tan bien recibida porque siempre detrás había una cuota de humor?        
           
            Sí, para mi la ironía está implícita en la música. Cuando tocás un acorde mayor séptimo es un acorde gracioso, tiene ironía. Como muchas canciones de los beatles. Hay una cultura de la ironía muy fuerte en la cultura anglosajona, más que en la latina. Salvando las distancias, Cortázar en la literatura decía que los novelistas latinoamericanos eran más solemnes, que no entendían que la ironía podía ser profunda, muy seria, un elemento, una herramienta más. Y en ese sentido yo lo tomo muy así, para mí es como una buena canción de Sabina, que te hace reír, te saca una carcajada en una frase y tres minutos después se te piantó un lagrimón. Porque hay tristeza en la ironía, es tristeza disfrazada, entonces me gusta también ese efectismo. Puede ser un golpe, “ah jaja, niño deja ya de joder con la pelota”, te hace reír Serrat, pero el trasfondo en realidad es todo una llamada de atención sobre la educación de los padres, con una profundidad muchísimo mayor. Y quizás cuando yo lo uso también lo haga con un trasfondo social, “Daisy habla de los travestis, o “La cumbiera intelectual”, o “Logo, o “Che Donalds o Mc Guevara”, en todas hay como una cosa  “graciosa”, de un juego de palabras pero que tiene un porqué, hay un cuentito detrás. En realidad, mas allá de que diga que soy des-generado, o que otros digan que soy innovador y que rompo las reglas, soy muy tradicionalista en cuanto a la canción, me gusta mucho el cuentito, me gusta mucho una historia con principio, nudo y desenlace, y voy por ahí.
            Primero necesito tener qué contar; como decía Woody Allen respecto al cine, mas allá de toda la tecnología, de toda la parafernalia, si no tenés una historia estás frito.
           
            Ya que hablamos de canciones, ¿cuáles te son muy significativas ideológicamente? Alguna vez te hicieron una pregunta similar y respondiste “Alicia en el país, pero en otra época…” ¿Qué canciones nombrarías hoy?

            En realidad quise decir que Alicia en el país… podía ser tranquilamente en cualquier época, podría ser hoy, pero quise remarcar la época en la que fue escrita, lo que le da mayor trascendencia. Me parece que tiene todo lo que debe tener una buena canción, música, letra, y una clara intención de compartir lo que estaba pasando con la gente. Hay muchas canciones que se me vienen a la cabeza. No sé por qué pienso mucho en el cancionero chileno, me parece que el cancionero chileno de Víctor Jara y de Violeta Parra todavía tiene una trascendencia muy fuerte en la lírica, y todavía resuena mucho en mí. Muchas de las letras de ellos, también temas de Charly, y más actuales. Pero sí, Víctor Jara en “Levántate y mírate las manos” y “Pancho Villa”; y la Violeta Parra también tiene canciones que hablan con mucha fuerza, “El albertío” es una canción que me cantaba mi vieja, juega con las palabras también, y a la vez dice mucho… “yo no sé por qué mi Dios, le regala con largueza, sombrero con tanta cinta a quien no tiene cabeza… mucho andan de ropa blanca y Dios me libre por dentro” Cualquiera de esas canciones me identifican plenamente.        
            Hubieron también canciones del rock cuando salía la democracia muy buenas, muy valiosas, de Los Abuelos, “El agujero interior” de Virus.
            Pero cambió mucho, siempre digo que nuestra generación no tuvo que ir presa por componer canciones, y la generación anterior sí. Tuvieron que exiliarse, fueron presos, algunos hasta los mataron, otros cambiaron letras, o las hicieron más sutiles.
            Nosotros, en cambio, cantamos en el festival del matrimonio igualitario en Congreso. Para mí decir “la libertad” sería ridículo, porque no conozco otras libertades individuales. Con Paulinho Moska en su último disco hicimos dos colaboraciones, y en una que empezó a ponerle letra en portugués, en inglés y en castellano, llamada “Waiting for the sun to shine”, él quería poner en un momento: “personas precisan de espacio y paz” y “el pueblo canta por su libertad” o algo así. Y yo le dije no, eso suena muy demagógico, y hablamos un poco del tema. Él decía que en Brasil eso estaría perfecto, “pero entiendo, en Argentina ustedes tuvieron tantas luchas por eso, las generaciones, los desaparecidos y todo…” y sí, concluimos en poner “nadie canta sólo por cantar”.

            En una ponencia junto a Tom Lupo, Mariano del Mazo y Pablo Semán, hablabas del “Rock chabón”, y de que, a pesar de cierta demagogia, hay que tomar un poco más en serio lo que dice porque es demasiado grande como fenómeno para despreciarlo. También  decías que en los ´90  el rock argentino había perdido la brújula de lo que pasaba en el resto de Latinoamérica. Hoy vemos un acercamiento a la cumbia de muchos rockeros como  Calamaro, Vicentino o Gustavo Cordera, y también, en  un proceso inverso, hoy a Calle 13  se la considera una banda de rock. ¿Se  está dando en los músicos argentinos cierta reconexión con el resto de Latinoamérica?

            Seguro, la cumbia es el primer folclore de Latinoamérica, y de América. La cumbia es precolombina, los indígenas, desde Alaska hasta Tierra del Fuego tenían metido ese ritmo, el 4x4 de la cumbia, a full. Parecía que en los 90 habían tomado la posta algunos grupos mejicanos e hicieron más fuerza. Hubo, lógicamente, bandas argentinas fuertes: Soda, los Fabulosos, la Bersuit un poco más tarde, Illia Kuryaky, muchas bandas de la argentina que siempre fueron influencia en el resto de Latinoamérica. Pero en los ‘90 en otros países supieron mezclar su folclore con el lenguaje universal del rock, que conocemos todos, y lograron captar la atención. Ahora en Chile hay bandas buenísimas que mezclan cumbias con reggeaton, con rock, y salen cosas muy buenas, atrevidas, a lo Calle 13.
            En el disco Sur o no Sur metí “la cumbiera intelectual” que tiene que ver con mi vuelta después de diez años, cuando noté que la cumbia había tenido una aceptación en la sociedad que antes, cuando me fui, no había tenido. Era mirada con mucho desdén, esa cosa snob porteña casi racista y discriminatoria. Cuando volví noté que había chicos universitarios y chicas universitarias copándose, bailando. “La cumbiera intelectual” en el fondo es una observación de ese momento.
            Creo que, volviendo al tema del rock chabón, lo que me llegó es que estaba muy en boga el rock de cancha y cuando yo llegué con el disco The Nada, mucha gente lo recibió como “ah que bueno, algo diferente”. Quizás era algo que no tenía la “contaminación” de lo que sucedía acá. Tuve esa ventaja de venir de otro lado con otras temáticas.
            Creo que el camino es interesante, y es curioso ver cuales son las bandas que pegan afuera y cuales no y por qué. ¿Por qué el Indio Solari, o Los Redondos, nunca llegaron tan lejos geográficamente, y los Auténticos Decadentes sí? Es un lenguaje que trasciende los códigos de los países. Las dos cosas están buenas, esta bueno que haya una banda que sea sólo de un lugar y que sea de las más populares.
            Algo muy argentino es querer ser populares y aceptados, y existe eso en el rock, y en cualquier ámbito. Lo que pasa es que tiene que haber riesgos también.
Yo lo humanizo, todo el mundo tiene ese afán de ser aceptado. Lo peligroso en el rock o en la música, lo dice Capusotto también, es caer en la demagogia, caer en un lugar cómodo. Estar en frente de cuarenta mil chabones fumando macoña y gritar ¡marihuana libre! No hay mucho riesgo ahí.  

             ¿Cambió tu público?

            El público cambió muchísimo en los últimos años, el público en general. Hoy una nena de 13 años sabe lo que es una rumba flamenca, o una cumbia, un reggeaton, un heavy metal, un pop más comercial, sabe mucho de música, hay mucha data dando vuelta. Es un momento muy bueno, muy alentador para la música.      
            Cada vez que voy a un festival noto que ya la música se democratizó, como dice Santaolalla. Lo noto con artistas. Este año pasado me invitó Kiko Veneno, me invitó Lila Downs, me invitó Daniela Mercuri, ¿cómo iba a saber que Daniela Mercuri sabía de mi existencia?, cosas así muy lindas que muestran que también en el circuito de los músicos hay una unión más grande que antes. Hay más ganas de colaborar y de probar, y menos de esa cosa restringida de que si yo hago esto no me puedo involucrar con alguien que haga lo otro. Está bueno, como artista, romper el prejuicio de lo que es correcto o no correcto.
            Es un buen momento para romper con los prejuicios. Porque en definitiva lo más triste es ver a un artista que se va armando su propia celda, que queda encerrado en un formato, en una fórmula, en un género. Cuando ni siquiera le resulta favorable, ni espiritualmente ni musicalmente, ya no le reditúa de ningún modo.

***



Pessoas precisam de espaço e paz / La noche nunca pareció fulgaz
Waiting for the sun to shine
O som da rua vem nos revelar / Que nadie canta solo por cantar
Waiting for the sun to shine.
(Paulinho Moska, Kevin Johansen)


            En la actualidad, el artista, el músico, el escritor, el actor, está en “el ojo de la tormenta” de ciertos posicionamientos políticos, y actores de la política buscan cierta legitimación del discurso, cierto consenso con figuras públicas relacionadas al arte, algo que en los noventa no pasaba. También está el caso del mismo músico que ha tomado partida y decide hacer pública su ideología política.
            Es conocida la anécdota que enfrentó a Kevin Johansen con el macrismo. “Me llegó por twitter, varias personas indignadas me decían que estaban usando mi canción, “Candombito”, en un video re nazi, del Pro, donde había nenes rubios diciendo que querían a una mamá y un papá. Junté a la gente de Sony y abogados, lo consulté con amigos, y saqué un comunicado público diciendo lo que pensaba al respecto y que por favor la retiraran, que encima no habían pedido permiso, y que había sido muy poco pro”. Quizás fue esa la única vez que se lo oyó levantar la voz para posicionarse políticamente. A pesar de cierta reticencia para hablar de esos temas le preguntamos si tenía formada una opinión al respecto.  
 
            KJ: El artista ha tomado partida. Conozco gente y he escuchado y visto opiniones de gente que yo respeto muchísimo, colegas como Gieco o Santaolalla que son de la generación de todos los cambios terribles y profundos que vivió la Argentina y que se identifican mucho, se alinearon mucho con el gobierno y eso sí me pareció de motus propio y lo súper respeto. Me parece que siempre está el riesgo de poder decir que uno está profundamente de acuerdo con muchas de las cosas propuestas y con otras por ahí, o con el modus operandi, no tanto, y que quede como que uno está en contra. Al contrario, uno prefiere eso a otras muchas cosas. Las alternativas evidentemente son bastante nefastas. Pero me parece importante ser consecuentes y no obsecuentes. O sea, no ser un chupamedias tampoco del gobierno de turno, quien sea. Me parece que a veces hay cierto hambre de poder o de creer que uno va a poder llegar a conectar con el pueblo, una cosa media rara y hasta patética, que no me gusta. Utilizar al gobierno para llegar a más gente me parece muy triste.

            Vemos que se da también porque desde el gobierno, en muchos casos,  se dirige el mensaje hacia la juventud, y en el medio, en ese lazo están los músicos…

            Sí, totalmente. Y bueno, eso es algo que siempre existió y creo que hay que utilizarlo en el buen sentido. Si sirve para propagar la cultura en general está buenísimo. Después sí, que comulgue libremente quien quiera con todo o con algunas cosas del gobierno. Hay puntos en la historia que son más álgidos que otros, entonces en determinados momentos está bueno jugarse y decir, sí estoy de acuerdo con esto, o no, no estoy de acuerdo con lo otro. Ser consecuente y no obsecuente es lo más importante.
            Páez Vilaró justamente, que es un tipo grande, como de 90 años, decía en Uruguay cuando le preguntaron por Mujica: “Yo voté a Mujica con mucha alegría, y a Tabaré también antes, lo voté con mucha alegría”. Evidentemente un progresista, los artistas solemos ser más bien progresistas y transformistas, algunos son travestis también (jaja), me refiero a transformistas en el aspecto más literal. Me parece bien que alguien así diga eso. Yo por ahí tengo esas cosas de alaskeño errante y perdido, siempre un lado sínico o hasta apático hacia la política. Mi generación vio como la generación de nuestros padres eran los desaparecidos. Los de 40 estamos como en un sánguche, no tuvimos la posibilidad de activar y participar libremente, o nos llegó un poco tarde y no tuvimos el training que tiene una persona hoy de 17, 18, 19 años, que pueden participar y ven que se activan cosas que quieren llevar a cabo. Nosotros salíamos de la dictadura, con temores, con dudas, con un montón de peso encima. Fuimos una generación que disfrutamos tardíamente la democracia. Con las formas de conectarse, de comunicarse, los jóvenes hoy pueden armar no sólo almohadonzazos en el observatorio de Palermo, sino juntarse por motivos importantes.
            Vuelvo a eso, uno desde la canción canta cosas nuevas, sobre libertades nuevas, hay nuevos desafíos, y van a seguir habiendo, un montón. 


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