sábado, 12 de febrero de 2011

Roll over Beethoven


Efecto Beethoven
Complejidad y valor en la música de tradición popular.
Diego Fischerman
Paidós
151 págs.
2004

¿Qué le cabe esperar al lector de un libro cuya primera frase nos dice que “la cumbia villera y la música clásica, en un plano, no son muy distintas”?, un impecable trabajo que aún centrándose en el polémico campo del valor y la complejidad en obras de tradición popular, sabe explicárnoslo como fenómeno histórico, pero sin desatender la precisión musical que se requiere para dar cuenta del ingenio artístico.
La primera sentencia nos introduce en la dinámica del libro, porque excluye posibles confusiones. Es verdad que la música puede ser estudiada desde diversas culturas, comparando cómo se organiza el sistema de valores musicales en cada grupo, pero este es el campo de la sociología, del relativismo; y es de esta pequeña trampa de la que escapa Diego Fischerman, porque su interés es llegar a dar cuenta de cómo se han conformado los valores musicales dentro de la cultura en que estos fueron pensados. Hay acontecimientos históricos y sociales trazados alrededor, pero organizan una idea de valor y complejidad que da integridad a la hipótesis.
Y la cultura donde el autor va a centrar estas obras es aquella que, de todas las maneras posibles de escuchar música, eligió la que se gesta entorno al arte, la que contempla la existencia de un valor intrínseco de la obra, la que tiene que ver con la manera de valorar y escuchar que fueron propias de la música clásica hasta principios del siglo XX.
¿Por qué, entonces, anclar el jazz, el tango, la bossa-nova, gran parte del rock y el folklore en la figura de Beethoven? El libro no hace ni un catálogo de géneros ni una historiografía, lo que interesa es dar cuenta del proceso que derivó, a partir de tradiciones populares, en obras como las de Horacio Salgán, Boris Vian, King Crimson, Caetano Veloso, Paco de Lucía, Eduardo Falú, Luis Alberto Spinetta o Egberto Gismonti. ¿Había sido azarosa la canción de Chuck Berry, grabado por los Beatles en 1963, que afirmaba que era posible hacer rock and roll sobre Beethoven, y que la música no se detendría jamás?

No, no lo había sido. Esa frase condensó lo que se estaba desde principio del siglo XX. En torno a la figura de Beethoven se conjugaban una serie de conceptos como la complejidad y dificultad de composición, de interpretación y de escucha, condiciones de abstracción y un modo aurático y no utilitario de concebir la música. Esta idea, que delineaba una cultura, habría quedado apresada en la tradición escrita de la música, si los medios de comunicación, la industria del espectáculo, la radio y la pianola, el disco y la grabación, no hubieran irrumpido del modo en que lo hicieron.
Las primeras décadas del siglo vieron iniciarse, un proceso de doble transformación, transformación en los modos de circulación de la música y también en el hecho musical, como objeto y creación. Este cambio, histórico, marcado por los materiales de producción, al combinarse con aquella idea beethoviana de la abstracción y la escucha atenta, dio lugar a la música culta de tradición popular.

¿A qué se refiere el autor con abstracción? La idea quizás se inscriba en esa sentencia de Hegel que sostenía que el arte nace en el momento preciso de la muerte del ritual. Entonces, el jazz, de tradición afronorteamericana, música de calle, salón, reunión, nacida en plazas, mercados y reuniones populares, con los nuevos canales de la industria del espectáculo, se vio inserto en un marco de evolución constante. Y en 1940, Duke Ellington usaba arreglos politonales en medio de un baile, hasta que el beep-bop pareció llevar al límite la abstracción con el intervalo de cuarta aumentada. No era lo mismo tocar o componer para funciones determinadas, que entrar en un estudio de grabación; su producto, el disco, sería sometido a la escucha atenta. El disco y la radio abrieron la posibilidad de que alguien estuviera en su casa sin hacer otra cosa que escuchar música. Hasta ese momento, la escucha había sido privativa de los conciertos. Pero este fenómeno del jazz no fue local, en 1926, los arreglos de Julio De Caro para su sexteto, aunque permitieron la danza, tenían un grado de complejidad rítmica y de osadía tímbrica que parecía contar con la audición cómplice de un público atento a esas novedades, y ya en 1930, cuando salían los cantantes de tango a escena, se dejaba de bailar.

Fue ese doble cambio, dado por la industria musical, el que hizo que para los Beatles aquello que se perdía fuera del estudio les pareciera esencial y constitutivo de su música. La tecnología del espectáculo en vivo no podía brindar el grado de complejidad en el que experimentaban en un estudio de grabación.
El gran fenómeno del siglo XX fue la conformación de géneros cultos a partir de tradiciones populares. Músicas que empezaron siendo rituales y se convirtieron abstractas e individuales, en música de autor. Baile, canto y ritmo improvisado sobre las tablas de lavar se trasformaron, a partir de la explosión de los medios masivos de comunicación, en algunas personas haciendo música y otras escuchando atentas.
Entonces, el efecto Beethoven consiste en que desde su ideal estético, han estado en el cuadro de honor de la música los géneros que tienden a la abstracción, por encima de los claramente funcionales. Fischerman, ha cumplido con lo anticipado; nos ha dado cuenta de la transformación que estos géneros de tradición popular alcanzaron constituyéndose como complejos y auténticos, porque pudo encontrar ese valor que atravesó a toda una cultura ilustrada, porque hace pie firme a la hora de explicarnos en qué consistió, musicalmente, ese salto de ingenio a la abstracción, al artificio, la experimentación sonora, a jugar en las fronteras.
Evidentemente no ha tomado para estudiar el fenómeno histórico de estas obras, construidas sobre Beethoven, el plano en el cual se emparientan la música clásica y la cumbia villera. En cambio, sí se lanzó a la dificultosa tarea de mirar desprejuiciado la relación entre música de culto e industria musical; Fischerman es corrosivo por muchos momentos con esa relación, porque la masificación ha sabido mezclar todo, pero resulta reveladora este punto de necesidad mutua que tuvieron dos esferas que según Adorno, nunca se podrían tocar. No al menos, si se jugaba la idea de arte y valor.

Verónica Stedile

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