domingo, 24 de abril de 2011

“El rock es principalmente performativo, y la juventud se va poniendo sus máscaras”


Conversación con Esteban Rodríguez.

“Creo que hoy más que nunca hay que hablar de juventud fractaria, es algo que se va descomponiendo en función de lo que van haciendo los distintos grupos. Pensando la juventud como movimiento uno corre el riesgo de endosarle una tarea. Si bien uno dice “la juventud” por comodidad semántica, no puede perder de vista la multiplicidad de máscaras que la componen, la multiplicidad de apuestas que la van corriendo de lugar todo el tiempo. 
Hay que tener en cuenta dos cuestiones: por un lado cargan con el problema de encontrar un lugar en el mundo, saber quienes son y gran parte del tiempo se les va en esta tarea, inventarse como una obra de arte. Y en ese inventarse, uno no puede perder de vista el contexto, que no siempre se dio de la misma manera. Antes los jóvenes la tenían más fácil, cuando el Estado tenía una presencia apabullante en la vida cotidiana, la identidad, si bien no era algo que lo resolvía, facilitaba las cosas. El Estado era una suerte de meta-institución dadora de sentido.
La realidad de los jóvenes, hoy en día, es que se encuentran con un Estado que ya no tiene como tarea forjar ese lazo, se corrió de esa pregunta, los jóvenes hoy tienen que medirse solos con esas preguntas, no digo que estén solos, pero tienen que medirse sin escuela, y no digo que este mal, a lo mejor esta bueno que así sea; pero están en medio de una sobreabundancia de información”.
¿Cómo creés que el modo de circulación de la información, y con ella la música, ha ido modificando las prácticas en relación a la escucha y la apropiación de los discos como unidad?

“Antes el disco tenia una duración precisa, había que levantarse y dar vuelta el disco; el disco invitaba a escucharse, era aprehensible, duraba 35 minutos y uno con una pava de mate se sentaba y lo escuchaba. Hoy pueden durar 80 minutos, nunca se terminan de escuchar. Cambió la manera de escuchar porque cambió también el soporte. Cuando era pibe había diez bandas y los cassettes los pasábamos de amigos a amigos. Ahora los pibes recuerdan una canción entera, pero es de manera casi aislada, y sin atender a qué disco remite o de dónde viene.
Con Internet, hay una proliferación de información, que puso en crisis la industria discográfica, ni siquiera las grandes empresas pueden apropiarse de todos los movimientos que van quedando al descubierto. Hoy con un portaestudio podes crear tu disquito en casa y que se escuche en Noruega.
Por eso es tan difícil hablar de la categoría de movimiento, y se ha vuelto a usar la categoría de tribu. Hoy un chico se pone una máscara, y días después se prueba otra, y van en ese mariposeo zigsagueante.


No es que antes no existiera esa máscara, existía, y la pose también, que tenia que ver con su tiempo. Pero las referencias y los referentes para construir esa máscara también eran limitadas.
Hoy el mismo mercado reclama que vos no te quedes fijo, que cambies todo el tiempo, que te corras todo el tiempo de lugar. Porque si vos estás siempre en la misma no conviene a ninguna empresa. También es cierto que el mercado tiende a apropiarse de todo aquello que lo pone en tela de juicio. Tiende a apropiarse de valores, categorías, prácticas que lo estaban cuestionando. Existe la gran máscara de turno, pero alrededor de ella hay cientos de nichos donde los pibes construyen la suya.
Creo importante hacer una diferencia, o un reparo: el rock en la argentina fue una práctica desarrollada por los sectores medios, tributarios de esa suerte de moratoria vital, que no tenían que ingresar a ese mundo de los adultos, no tenían que trabajar porque papá y mama habían alcanzado una estabilidad económica, entonces se perpetuaba ese ingreso al mundo del trabajo. Tenían un tiempo de ocio, unos años que le permitían estudiar, ensayar; el rock fue una práctica muy vinculada a la clase media, por lo menos hasta mediados de la década del 80, principio de los 90. Después la cosa cambia, como canta divididos, en “Cachetazo al rock”, nace un hijo pobre, cachetazo al rock.
En ese momento, el sonido, las letras, la agenda de problemas que repasa cierto rock en Argentina, empiezan a ser un lugar de identificación de un grupo de jóvenes. Hablamos del rock chabón. Antes, las referencias eran típicas de clase media, Patricio rey, Divididos, nunca se pensó como interlocutor para esta masividad.  
Antes ese ámbito lo marcó el ocio de los pibes de clase media por no tener demasiadas urgencias; los pibes del conurbano también tienen se ocio, pero por diferentes razones. Pensando en los jóvenes de las barriadas marginales de la gran ciudad, los desangelados. Pibes arrojados en el desierto de asfalto que tienen que construir sus propias prácticas para saber quienes son.  


Hay un tráfico cultural de prácticas de gestos, de los mismos pibes que después de ir a un partido de fútbol van a un recital, y revolean la camiseta.
Este proceso de cambio se va dando al mismo tiempo, del público a las bandas, y de las bandas al público, que se empiezan a encontrar en las letras del Indio. Además a principio de los 90 la convertibilidad dio la posibilidad de acceder a tecnología, que les permitió a los chicos armar su propia banda. Entonces es como decían los anarquistas, la libertad de uno se fortalece con la libertad del otro.
Hay para todos los jóvenes, distintas posibilidades. Siempre se dice que el rock chabón es un rock cuadrado, un rock chato, pero a un pibe que vive en un monobloc, en un asentamiento, ¿qué le estas pidiendo? ¿la Novena Sinfonia de Beethoven?
Es un poco como dice Pujol, no hay que perder de vista que el rock es principalmente performático. No es música, es mucho más que eso, es una puesta en escena, una performance. Es maleable, es una experiencia dúctil, y en esos dos tonos se va la vida. Cuando un pibe usa los mismos dos tonos de siempre pero le pone todo, y dice cosas, esta definiendo quien es.
Esa idea de “grado cero de la juventud”, como problema a mi me identifica y me interesa; la arrogancia que define a los jóvenes, la impertinencia, su inocencia, su ingenuidad, es justamente creer que la historia empieza con ellos. Creo que es algo que naturalmente se da de esta manera. Los pibes no tienen que saber de Atahualpa Yupanqui para hacer una canción, no tienen que cargar con todo un linaje, ellos mismos van forjando su propio linaje en este mundo de sobreabundancia comunicacional. Pero si yo para escribir una canción me tengo que saber toda la historia del rock, no escribo nunca. A mí me fascina que un pibe con dos tonos haga una canción y crea que está haciendo algo nuevo, y lo tocan con una frescura como si fuese la primera vez que se está tocando. Están inventándose, definiendo quiénes son.
No pueden empezar a tocar jazz porque necesitan una paleta de colores mucho más amplia, no le podés reclamar que escuche música clásica, no, el rock se compone con menos recursos, no se necesita una paleta tan grande, o una partitura tan frondosa.
El rock quiere compartir una experiencia, hay y  hubo siempre una necesidad de compartir esa experiencia. Hay una urgencia de cantarte cosas, de reclamar, de cantarte las 40, de decirte que no soy como vos, de distanciarme, de desentenderme, de decir no quiero saber nada con mi viejo, eso es lo que yo le reclamo al rock. Obviamente que yo le reclamo la pose”.





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