sábado, 25 de diciembre de 2010

Pin, el comandante intergaláctico.





La formación se detiene lenta y ruidosa en la estación central del metro, en París. Al silbato agudo, las puertas automáticas de los vagones se repliegan y decenas de personas se apresuran sobre la línea amarilla del andén, dispuestas a ingresar. Los que descienden apenas se detienen a escuchar a los dos muchachos de espesas melenas que, desde muy temprano, interpretan melodías andinas.
Cruzado de piernas, sobre un banquito de madera que cruje con el zarandeo que acompaña su flauta, el líder de Los Jaivas Alberto Alquinta. A su lado, de pié, el violinista; chaleco negro y pañuelo de seda blanca anudado al cuello: Jorge Pinchevsky.




Al único espectador atento se le vuelven moradas las manos por los aplausos. Sabe distinguir el talento, también es músico, su nombre: Cyrille Verdeaux, un virtuoso tecladista y líder de la banda francesa de rock progresivo Clearlight.
El “Gato” Alquinta anda descalzo. También caminaba su Chile sin nada en los pies ni en los bolsillos, muy lejos de las seguridades que ser una estrella de rock chilena le podía garantizar. Los Jaivas, pioneros en el rock progresivo fusionado con sonidos del altiplano y el folclore, habían conseguido el éxito y la popularidad, con un mensaje similar al del grupo argentino Arco Iris, comandado por un joven Gustavo Santaolalla.
Pinchevsky, que viajaba en soledad, sólo puede mostrar su inseparable violín. Sigue chamuyando con el francés. Y se cuentan, como pueden, como les sale, sus comienzos en conservatorios haciendo música clásica, sus posteriores incursiones en el rock, los instrumentos eléctricos y los sintetizadores. El idioma que los une es otro, y ya dio su veredicto.
Los tres parten en busca de un lugar más tranquilo para comer y seguir conversando. Hoy la gorra no está del todo llena, pero con eso alcanza para el plato en algún barrio latino en París.

Rock-full track con semidesarrollo

Antes de que el mono Cohen (Rocambole) lo acercara a la Cofradía de la Flor Solar, Jorge Pinchevsky era un tipo formal que usaba corbata, traje y mocasines, y que rigurosamente tomaba ensayos en el Teatro Argentino con la Sinfónica de La Plata, donde era el primer violín.
La formación musical de “Pin” (como lo llamaban sus amigos) no siempre fue clásica. Era muy pequeño cuando su padre le regaló el primer violín, y sus primeras notas las hizo para acompañar canciones de folclore y tangos. A los once comenzó a tomar clases en un conservatorio en Rosario. Pero fue por los dieciocho cuando empezó a sentirse encerrado en la estructura rígida del clasicismo, como confesaría años más tarde. Ya mudado a La Plata, ensayaba la novena sinfonía de Beethoven, interpretaba piezas de Bach y de Paganini en la Sinfónica de la ciudad, segunda del país, pero no podía aguantar más el lugar que le habían creado para expandirse musicalmente.

Por eso no resulta extraño que, aquella noche en la casa de La Cofradía, en las afueras de la ciudad, donde conectó por primera vez un violín eléctrico a un pedal de wawa y tocó blues junto a Alejandro Medina, fuese la misma primera noche que Pin no volvió a su casa a dormir.
A partir de ese momento me quedé con una forma de vida que es el rock, la única forma musical que no se puede escribir en partituras.
El ingreso en la Cofradía cambió su vida radicalmente. La banda era una comunidad, una expresión neohippy donde se juntaban la música y las artesanías en medio de la naturaleza. Sin todavía saberlo, Pin estaba adoptando una forma de vida que no abandonaría por muchos años.
La coyuntura política de los primeros años de la década del setenta demandaba ese tipo de unión entre los músicos. De espalda contra espalda, mientras el miedo jugaba sus cartas. El movimiento del rock era denso y compacto, como era densa y compacta la represión.


Su primera presentación en público fue ese mismo año, en el mítico festival BA Rock de 1972. Seguramente que algún espectador de ese día, conocía o había escuchado a Sugarcane Harris junto a los Mothers Of Invention de Frank Zappa, pero la presentación del rosarino causó una sacudida gigantesca en la audiencia. Subía al escenario un tipo con un instrumento electrónico con forma de ballesta. Pin comenzaba a dar mudanzas a su música, un camino de vaivenes firmes que lo llevaría, años después, en Europa, tranquilo y afanoso, a pisar sueños cruzando el mar.
El reconocimiento masivo le llegaría meses más tarde cuando, al disolverse La Cofradía, Pin junto a Isa Portugheis y Kubero Diaz son invitados por Billy Bond a sumarse a las filas de La Pesada. La banda se encontraba en un ascenso arrollador, su música, fuerte y voluminosa irradiaba esa magia suburbana que en su momento había sabido perpetrar el trío Manal. Ese año grabó con La Pesada el disco Volumen 3 – Tontos. A esta altura el virtuosismo de Jorge en violín era reclamado por muchas bandas que lo invitaban a participar de las grabaciones de sus materiales, y el registro de esta productiva etapa 73/74 hoy lo encontramos en materiales íconos de nuestro rock: Vida e Instituciones (Sui Generis), Cristo Rock (Raúl Porchetto) y el disco homónimo de Claudio Gabis.
Como suele suceder con las manifestaciones artísticas más sinceras, la resistencia convoca ideas nuevas, y la quietud de los escenarios es, entonces, sólo una cuestión de formas. Así, cuando Pinchevsky, Díaz, Medina y otros músicos debieron permanecer casi un año encerrados en un departamento, la reclusión forzada creó un ambiente de constante investigación, desarrollo y experimentación donde los músicos se introdujeron en un viaje de delirio musical. El concepto era destruir y derribar las barreras de lo permitido. De esta especie de cooperativa salieron los discos: Claudio Gabis y La pesada, Kubero Díaz y La Pesada, Alejandro Medina y La Pesada y el primer proyecto independiente de Jorge Pinchevsky, Su violín mágico y La Pesada. Todos producidos por Billy Bond.

La marca de ese disco fue la improvisación; quizás fuera porque de esto se estaba impregnando, cada vez más, su forma de vida. Pero Pinchevsky tenía claro a dónde se dirigía cuando experimentaba. Podía ir de París a Mendoza, del folclore a la psicodelia si todo se ordenaba bajo las cuerdas de su violín.


No nos alcanzarán las mariposas

Jorge y el Gato se despidieron. El grupo chileno, que se había encontrado frente al golpe de estado con tres integrantes de apellido Parra, pensaba quedarse en Francia. Allí ocuparían una casa medieval en las afueras de París, donde darían vida al álbum Alturas de Machu Pichu. Y un virtuoso violinista siempre es nota de color…
Pero Pinchevsky experimentaría por nuevas corrientes musicales. Ya había prometido sumarse a la gira de Gong por Inglaterra, con Clearlight como soporte; y además, Miguel Cantilo y Jorge Durietz contaban con su colaboración para plasmar en estudio todo el sonido new wave que estaban desarrollando.

“Toco el violín no sólo porque me gusta a mí, toco el violín porque sé que te gusta a vos”.

Aquel francés del metro, que lo invitaba a sumarse a su banda, compartir su casa, su comida, su vida, ahora lo llevaba de gira por Inglaterra con Clearlight. En noviembre 1975, se presentaron en Colchestar, Plymouth, Cambridge, Liverpool, Londres, Cardiff y Manchester.
Él bien podía empecinarse en llevar su carrera adelante despojada de ataduras y pleitesías a un estilo determinado, pero fue ese mismo bagaje musical que traía encima y su intuición sin prejuicios, lo que hizo que la música le prepara un mismo camino de ascenso.
En la Argentina, esa marca particular de violinista clásico compartiendo su vida en comunidad, y tocando al frente en conjuntos de rock, ya era motivo de popularidad. Pero ahora, sumándose, al igual que como lo había hecho antes, a convivir con dos bandas anglo-francesas, asumía otro desafío y al mismo tiempo cosechaba otro logro: ya no contaba con una excentricidad novedosa, sólo cargaba consigo talento y una gran energía creativa. Quizás fuera un poder camaleónico, lleno de impulso e inquietudes en su esencia, lo que convirtió a Pin en un personaje único en cada lugar. Reinventó para él, y para los demás, el violinista que quiso y supo ser; y así anduvo, de las calles platenses al Luna Park, de las estaciones del metro parisinas a los estrambóticos escenarios montados por la producción de Nick Mason, integrante de Pink Floyd.
Una vez recorrida la isla casi en toda su extensión, la catarata de recitales del grupo de Cyrille Verdeaux continuaría en Francia, pero Pin, el comandante intergaláctico, dejaba la banda e ingresaba en el universo Gong.
A la música creada por Gong se la conocía como Escena de Canterbury, un estilo único de vanguardia que fusionaba el rock progresivo y psicodélico con el punk y la psicodelia hippie. Esta banda anglo francesa formada en 1967 por el australiano Daevid Allen, ex Soft Machine, y su musa Gilly Smyth, abrazó un estilo de vida comunitario donde habitaban gnomos, duendes y gobernaba el absurdo… La Cofradía de la Flor solar elevada a la enésima potencia. Con un rock espacial abogaban por el amor libre, la libre expresión y la individualidad en gran escala.
Pinchevsky volaría en esta nave durante nueve meses, presentándose en ciudades como Lyon, Bordeaux, Orleans, París, Amsterdam, Newcastle y Glasgow, y colaboraría en el disco Shamal, un alucinado viaje jazz-fusión editado en el año 1975. También se asociaría en presentaciones en vivo con dos ex Génesis, Steve Hackett y Steve Hillage. Pero luego de la gira presentación del disco ya no tendríamos noticias de su paradero.
Su madre moriría años más tarde, convencida de que su hijo prodigio, aquel que supo abrirse camino en los años más tenebrosos de nuestra reciente historia, había muerto en algún lugar de Europa, abrazado a su inseparable violín.

“Soy muy curioso y me gusta incursionar por terrenos desconocidos. Hay un solo tema que no me gusta tocar, la marcha fúnebre”.



***

Dicen que nada se parece tanto a un hombre como la forma de su muerte. Y morir dos veces quizás represente mucho más que vivir dos vidas. Jorge rodaba escenarios cuando para muchos su nombre era una palabra ya hueca, sin cuerpo. Nombre sin rostro para los de aquí, música espesa sin papeles legales, allá.

La noticia la difundió Expreso Imaginario, dirigida en ese entonces por Roberto Pettinato. Jorge Pinchevsky, el violinista argentino que había tenido un fugaz paso por La Cofradía de la Flor Solar y una importante participación en Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll, y que posteriormente en Europa había participado en Clearlight y en Gong, dos prestigiosas bandas de reconocidas trayectorias mundial, había fallecido.

Su misma existencia adquiría, ahora, en boca de los demás, el carácter itinerante de su vida. Nombrarlo era improvisar una verdad incierta.



***




Bohemio irredento.

1986. Todavía en la era del vinilo, gana la calle un disco de rock grabado y fabricado enteramente en Mendoza. Alcohol Etílico, una nueva banda de chicos rebeldes mendocinos estrena su primer material de estudio, Envasado en Origen, y entre sus colaboradores figura la participación en producción artística y violín de un tal Jorge Pinchevsky.
Un disco solista y veintidós como integrante o invitado, regresa a Argentina donde todos, incluso parte de su propia familia lo consideran muerto y enterrado, y se instala con su pareja en una cabaña en Mendoza sin siquiera hacer escala en Buenos Aires para ponerse al día con la gente del ambiente musical. Pero Pinchevsky músico no puede ser sino con otros, y es por eso que vuelve al ruedo en conciertos acústicos con su inseparable amigo Alejandro Medina.
La Medichevsky band y vienen se grabaría vivo en un show en la ciudad de La Plata, y aunque es un disco no oficial, sería el movilizador para el retorno de Pin a los bares de la capital.
En ese ruido de reencuentros, lo devuelve a los medios la participación en la ópera de Charly García, La Hija de la lágrima. Se decide a ir por más y dejar, en las grabaciones de su segundo disco solista, Jorge Pinchevsky y la Samovar Big Band el legado de aquellas zapadas bluseras en el Samobar de Rasputín.
Un nuevo amanecer para este duende de pelo blanco y su violín mágico.

Agustín Arzac

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