miércoles, 15 de diciembre de 2010

DE FICCIONES Y REALIDADES.

Entrevista a Gervasio Puig
Por Germán Cifre



Conseguir la entrevista de este escritor no fue nada sencillo. Hemos recorrido la ciudad de La Plata y consultado a todo tipo de personajes buscando el paradero de este controvertido personaje. No fue fácil. La mayoría de los informantes a los que tuvimos acceso respondieron de igual modo: “Aquí ya no vive, y aún adeuda meses de alquiler”. Luego de interminables negociaciones con supuestos intermediarios, después de varias llamadas telefónicas, de interminables itinerarios por bares, plazas y domicilios particulares donde aseguran haberlo visto, logramos dar finalmente con el hogar del escurridizo escritor. “La cueva”, le llaman a su refugio, y es que se trata nada menos que de un sótano, algo que no sorprende en una personalidad tan curiosa (rayana a lo patológico, según dicen algunos). A continuación, los resultados de este peculiar encuentro nocturno.


Enclavado en medio de lo que se considera “zona roja” en la ciudad de La Plata, rodeado de travestis y taxistas, junto a Plaza Matheu, allí se encuentra el domicilio de Gervasio Puig, el escritor trenquelauquense ganador del premio E. Gandisky. 2 de la noche, número 1666, la dirección es correcta. Presiono el timbre de una vivienda derruída, probablemente una casa tomada. Apago mi cigarrillo y aguardo. No puedo evitar los nervios, quizá sea esta la entrevista más importante que habré realizado. Presiono por vez segunda, e inmediatamente se abre la puerta. Sin dudas se trata de Puig: barba andrajosa, joroba bien pronunciada y pucho recién armado. Al fin; saludo respetuosamente, con una sonrisa, y estiro mi mano. Gervasio Puig tan sólo me dedica una mirada. Sabía de mi visita, pero evidentemente detesta las formalidades. Sin lugar a saludos dilatorios, el escritor me invita a su refugio y pega media vuelta. “Vive al fondo de un túnel”, me advirtieron minutos antes los muchachos del puesto de panchos. Decorado por innumerables fotografías, insectos y mugre, el oscuro pasillo hace de antesala al mítico sótano. Sin voltear su cabeza ni hacer mención de palabra, el artista guía mis pasos en la penumbra cual Virgilio de Aligheri. “Son recortes del pasado”, dirá más tarde Gervasio Puig, en alusión a las fotografías. Descubro mientras tanto que aparenta una vejez que no corresponde a su edad cronológica. El silencio se me hace incómodo, sólo se escuchan nuestros pasos y no veo la hora de llegar al bendito sótano. Dejamos atrás el pasillo, descendemos por incontables escalones de mármol, para detenernos finalmente frente a una antigua puerta de madera. “Pase”, ordena el escritor mientras enciende una lámpara, y yo no me hago esperar.

Allí dentro, la sencillez del sótano toma a uno por sorpresa. Algo lúgubre y reducido, el refugio del artista se compone por un simple mobiliario: las paredes están ocultas tras los libros, y sólo cuenta con dos sillas y una pequeña mesa de plástico. Sobre la misma, descansa una vieja Olivetti cubierta de polvo. “Aquí han de haber nacido muchos de sus trabajos”, pienso al pasar. Mientras el escritor toma asiento, intento romper el hielo para dar comienzo a la entrevista.

¿Escribe generalmente sobre esta mesa?

No crea. Aunque parezca llamativo, todavía prefiero el papel. -Sonrío. El artista cuenta con un agudo sentido del humor. No me extraña. Entre los libros que adornan la pared a mi izquierda, distingo la obra completa de Alfred Jarry, varias novelas de Alvaro de Laiglesia y algunos ejemplares de Leo Masliah. Un anaquel entero dedicado al humor de todo género. La prosa de Pizarnik, varios libros de corriente patafísica y ediciones de las más raras, todo eso reunido allí, en una misma biblioteca. “¿Piensa seguir mirando libros o comenzamos con esto de una vez?”, interrumpe impaciente Gervasio Puig. Inmediatamente tomo asiento, trago saliva y enciendo mi grabador.

He notado que conserva usted una nutrida biblioteca. ¿Alguno de estos autores sirven de influencia a su estilo?

Por supuesto, hay uno en particular al que recurro constantemente. Se trata de éste…-el escritor señala su más reciente novela, El pelo en la Lengua, y esto nos da pie a la indagación sobre su polémica obra.

Este es un libro que ha encontrado un muy buen recibimiento por parte de la crítica literaria. Muchos de los críticos sostienen que sólo resulta analizable desde el saber de la Psicología Genética, que fue escrito bajo la estricta prescindencia de las operaciones formales. ¿Qué significa esa compleja descripción de su estilo?

Hace referencia a la forma narrativa: lo que sostienen es que escribo como un niño situado en la etapa presilábica, ni más ni menos.

Qué interesante. Otros tantos afirman que su novela se enmarca en la producción típica de un sujeto adicto a las drogas. ¿Qué les responde a quienes lo acusan de psiconarcodependiente?

¿De qué?

De falopero, digo.

Bueno, qué quiere que les responda. Yo nunca me he drogado, ni jamás lo volvería a hacer. No crea en los comentarios amarillistas. Nunca he tenido problemas con las drogas, sólo con la policía, que quede claro.

Clarísimo. Ahora dígame, en Trenque Lauquen se lo considera un autor indecente, se dice que los suyos son textos apócrifos, que en verdad su identidad está deliberadamente adulterada, y que este camuflaje le brinda impunidad para llevar a cabo publicaciones malintencionadas. ¿Esto es así?

Desde luego que no. Mantengo una excelente relación con los grupos literarios locales. Si hasta he participado de reuniones con el CLACDECAM (se refiere al Círculo Literario de Amas de Casa Devenidas en Cagatintas de Medio Turno), y con el “Centro Cultural Picana Ogñenovich”. Como ve, la crítica literaria se construye de falacias.

No obstante las críticas infundadas, según he leído por ahí, usted ha sabido codearse con escritores de la talla de Abelardo Castillo. ¿Esto es cierto?

Así es.

¿Cómo fue eso?

Ocurrió en una oportunidad en que intentaba registrar algunos de mis escritos, hace ya algunos años. Estaba yo aguardando por mi turno en la Dirección del Registro de Autor, allá en Buenos Aires, cuando encuentro que la cola de interesados se encontraba demasiado concurrida. Apenas entrábamos en la sala. Allí es cuando recibo un codazo, y al voltear mi cabeza me encuentro con Castillo, ¿puede creerlo? También me he codeado con Angélica Gorodischer, eso fue en la cola de un subte. La vieja estaba desesperada por tomar el transporte, fíjese.

Veo que su profesión le ha dejado muchas anécdotas.

Muchísimas.

Tengo entendido que ha sido convocado muy recientemente por un periódico local, que le han ofrecido un espacio importante y que están muy interesados en su participación. ¿Acaso también tiene pensado dedicarse al periodismo?

De ninguna manera, el periodismo no es lo mío. De todos modos, ellos están interesados en otro tipo de género. Sólo publican ficciones, ¿que nunca lo ha leído?

Entiendo a qué se refiere. Y ahora que usted lo menciona, ¿cree que la ficción mantiene un vínculo estrecho con la realidad? Recuerdo que algo semejante se plantea a lo largo de su novela…

Desde Boris Vian en adelante, ya no existe distingo entre la realidad y la ficción. Todo se confunde en la articulación del texto escrito. Piense, por caso, en la reacción del lector al momento de leer esta entrevista. Algunos sospecharán de la veracidad de este encuentro, otros creerán que las cosas se dieron según usted las narra, y otros tantos imaginarán una ficción camuflada en entrevista. La palabra explica la realidad, pero la realidad es algo distinto a la palabra misma. El lenguaje es insuficiente, ¿comprende?

No. Pero volviendo a su obra, ¿usted considera que nada de lo que haya escrito tiene relación con los hechos reales?

Disculpe mi expresión, joven, pero creo que está usted meando fuera del tarro. La pregunta merece ser reformulada. ¿O acaso piensa que los hechos reales no tienen relación con la producción de mi pluma? No es la realidad lo que antecede a la palabra, por el contrario. Lo que propongo es que sea la palabra lo que defina la realidad. De otro modo, todo se reduciría a meras descripciones, no habría lugar a lo nuevo, a la novedad. Fíjese: ¿cómo es su nombre?

Germán…

Germán. Pues advierta que antes de haber nacido, usted ya existía en la enunciación de una palabra.

Eso es cierto, brillante conclusión. Si la extrapoláramos al sistema filosófico del existencialismo sartreano, podríamos reargumentar la precedencia de la existencia sobre la esencia del ser para sí, ¿no es cierto?

No, nada que ver.

Aquellos quienes nos consideramos fervorosos lectores de su trabajo, creemos que su estilo rompe con la tradición literaria, que explora el lenguaje de un modo tan original que no encuentra antecedentes. ¿Puede ser que con su libro pretenda instalar un nuevo paradigma en la Historia Literaria Contemporanea?

¿De dónde ha sacado tal cosa?

Es que, después de leer “Boquitas Pintadas”, uno imagina que el autor…

Ese es Manuel Puig, mi nombre es Gervasio Puig.

Entiendo ¿Desea agregar algo al respecto?

Para nada. Que tenga usted buenas noches, lo acompaño a la salida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario